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martes, 9 de marzo de 2010

CUENTO


ROSAS
Se acerca la fecha, otra más para añadir, nadie quién la envíe un ramo de rosas rojas con una nota entregándola su amor incondicional.
No necesitaba de su amor en enero, en marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre. Sí, me he saltado febrero, en ese momento, si.
Tampoco era un capricho aquello. Ella consideraba que sola estaba mejor. Se había reencontrado consigo misma tras su divorcio. No más hombres que la castrasen su corazón. Decidida a iniciar una nueva vida, donde ella fuese la dueña, la que decide, la que resuelve, la que avanza. Sentía que solo así volvería a recuperar su alma de mujer. Pero fue difícil aprender a quererse, a recuperar su autoestima, tirada en un rincón de su habitación. Un trabajo lento pero por el que fue avanzando hacia la luz del conocimiento. Poco a poco descubrió que valía para muchas más cosas de las que imaginaba. Recuperó su capacidad de autogestión, y decidió seguir por ese camino. Las dudas pasaron a tercer plano, no las escuchaba, atendía a los retos diarios con ánimo e ilusión. Ante los fracasos y frustraciones, analizaba detenidamente las causas, sin buscar culpables, ella no lo era. Planteando nuevas alternativas… así día tras día. Se acostumbro a su sombra, a su compañía, a sus monólogos, a horas frente al espejo contemplando su rostro, descubriendo su mirada, su sonrisa, sus facciones de mujer.
Viajo, descubrió nuevas ciudades, olores, colores, paisajes. Gentes de distintas culturas y razas. Le gustó la experiencia y decidió repetirla todos los años, como recompensa a su trabajo, a sí misma. Como regalo para recordar que se quería. Mientras tanto transmitía sin saberlo esa paz, esa generosidad que trabajaba primero con ella, el amor, a las personas que tenía cerca.
Así fueron pasando los años, sus alumnos en el cole un día le dijeron que era vieja, ella reaccionó bien, paró un momento la clase y sonrió.
En el fondo de su ser, reconocía una mujer niña, no se sentía cansada, mantenía la energía para seguir sintiendo. Sonrió porque consideró que aquellos chicos solo veían una imagen. Ella era mucho más que eso. Era un ser con luz en aquella oscuridad. Se quería y se sentía contenta por ello. Volvió a sonreír antes de proseguir con la explicación.
Tras la clase reflexionó. Estaba contenta con su vida, solo echaba en falta una cosa… quedaban tres días para San Valentín.
Deseaba con toda su alma, que alguien, un hombre, la enviara un ramo de rosas con una nota que dijera: “te quiero”.

1 comentario:

  1. Es muy bonita la historia.
    Tienes toda la razón, lo importante es inyectarse de energía e intentar ver lo bueno de uno mismo para así poder transmitirlo a todas y cada una de las situaciones de nuestro recorrido por la vida.
    Es la mejor manera de transmitir amor, sentimiento que siempre vuelve a ti cuando tu lo das.
    Un beso a las dos y ¡adelante!
    Merce

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