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miércoles, 29 de junio de 2011

EL COLOR NARANJA




Hoy es uno de esos días que preferirías estar en lo alto de una montaña, con el viento de cara y éste que fuese muy fresquito, porque el calor que hace en mi casa es importante y el salón se transforma en un lugar bastante menos excitante de cómo lo imaginé cuando decidí hace 6 inviernos que mi opción era el naranja.


Recuerdo que aquél día comí en 15 minutos, yo sola, para poder pensar qué color poner en las paredes de mi casa. Todo surgió el día que me animé a cambiar las camas de mis hijos, que habían quedado pequeñas e incómodas a su edad, ahí comenzó todo el dilema. Tras las camas vino el cambio de enchufes y cajas eléctricas, claro asesorada por una empresa de reformas. Eran rumanos y poco expresivos, ellos harían lo que yo dispusiera, pero me tenía que decir rápido. Ya que tenía la casa patas arriba, llena de rozas nuevas y parches, no quedaba más remedio que volver a pintar cambiando el color del interior de mi existencia. Esta era un cambio tras otro, me enfrentaba a una decisión en solitario y aunque os parezca pueril, no lo era. Creo que los colores influyen de manera importante en nuestro estado de ánimo, por lo tanto, la decisión era transcendental para los siguientes años de nuestras vidas, porque evidentemente no iba a montar aquel lio con frecuencia. Por lo que aquél catálogo de colores representaba decidirme por un camino u otro.


Tras mi paso por un periodo de tristeza y soledad, veía la luz, tamizada pero luz, y quería volver a sentir la calidez a mi alrededor. Mi apuesta estaba basada en una vida con ingredientes como alegría, pasión y vitalidad. No me iba a dejar convencer por nadie, resolví yo sola, mi color era el naranja.