Escuchar, relatar compartiendo. Quédate con nosotras, búscanos entre las nubes...



lunes, 24 de diciembre de 2012

SIN GRAVEDAD.



Cuando me siento sin gravedad, ligera y libre con mi cuerpo, recorro volando los campos que circundan mi pueblo, sigo el curso del rio hasta dar con la costa, ahí giro a la derecha y  planeo en paralelo al mar, con  una brisa suave que me despeina. ¡Cómo me gusta…!
En ese momento no siento el peso de la Ley,  la necesidad de pagar la hipoteca, ni el miedo de perder los puntos del carnet… todo eso ha quedado atrás.  Al mismo tiempo dejo abajo la tristeza que da ver la cola del paro, que aumenta cada día y  la angustia de no encontrar trabajo.
Qué bien me siento sin temores, sin noticias negras. Quiero mudarme de mi concha de caracol a una caracola de verdad, con el sonido del mar de fondo. Como mi abuela, que se hartó de las borracheras del abuelo, y se llevó a los hijos cerca de la costa.  Todas las tardes salía con los niños a la puerta a ver ponerse el sol sobre el agua.
Desde el cielo, ahora  sobre mi barrio, veo el quiosco de la plaza, y a mis amigos yendo juntos hacia el bar, parados y sin rumbo.
Quiero salir a correr, en busca de algo nuevo, con luz, colores y música, como recuerdo las fiestas de mi pueblo de pequeña. Volaré hacia el horizonte dejando ir las cosas que conozco y que no valen la pena, para dejar lugar a todo lo nuevo que he de descubrir.
Me siento bien, así, sin gravedad, con la levedad que me permite liberarme de pesos, cambiar el punto de vista, abrir puertas  y saber que voy hacia la salida.
 ¡Soy libre, me he liberado de todos mis miedos!
Es maravilloso, ¡qué sensación!, ahora bajo como un avión, en picado… ja, ja, ja.
Me acerco rápidamente hacia mi cama, lo tengo ensayado, y me dejo caer con suavidad. 
Soy otra, no hay marcha atrás.
…/…
Ángeles Trouillhet
Madrid. Diciembre 2012.

viernes, 7 de diciembre de 2012

EL TALLER DE SUEÑOS.




El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español; eso no hubiera sido un problema, pero acababa de despedir a mi secretaria y yo no sé idiomas.  Qué frustración, ahora que creía tener frente a mí a una persona dispuesta a quedarse con mi taller. Por señas le hice ver que tenía mucho interés en que se sentara para hablar de mi anuncio.

“Se vende negocio rentable,  taller de sueños, reparamos cualquier proyecto por muy utópico que parezca, recolocamos ilusiones y fabricamos fantasías a medida. No se dé por vencido, luche por los anhelos que le hacen sentirse vivo”.

Coloqué mi silla frente a la suya, y mirándolo fijamente le hablé muy despacio para que me entendiera.

            -Este es un negocio familiar, siempre me he resistido a venderlo, sobre todo a empresas que solo buscan beneficios y  cierran ventanas, uniformizar los pensamientos y dirigen el mercado a sueños comprados en cadena. Aquí reconstruimos las ilusiones rotas.

El hombre seguía mis palabras como si las comprendiera, tenía una leve sonrisa que me hacía confiar, por lo que proseguí argumentando.

            -Desde niño, siempre quise salir de esta ciudad, comprar un billete de barco y viajar cruzando el océano hacia el horizonte, donde el mar y el cielo son del mismo color; ya en aguas tranquilas ir de isla en isla, retratando anocheceres con mi cámara réflex. 

            Mientras hablaba, rezaba para que mi sueño desplegara las velas y rompiera las barreras del lenguaje.

            A la mañana siguiente no pude resistir la tentación de pasar frente al taller, allí estaba él, el hombre sueco o finlandés, barriendo la entrada. Pude observar que había un nuevo anuncio:   “Reparamos tus sueños en cualquier idioma”.

Ángeles Trouillhet