Cuando me siento sin gravedad, ligera y libre con mi cuerpo,
recorro volando los campos que circundan mi pueblo, sigo el curso del rio hasta
dar con la costa, ahí giro a la derecha y planeo en paralelo al mar, con una brisa suave que me despeina. ¡Cómo me
gusta…!
En ese momento no siento el peso de la Ley, la necesidad de pagar la hipoteca, ni el
miedo de perder los puntos del carnet… todo eso ha quedado atrás. Al mismo tiempo dejo abajo la tristeza que da
ver la cola del paro, que aumenta cada día y la angustia de no encontrar trabajo.
Qué bien me siento sin temores, sin noticias negras. Quiero mudarme
de mi concha de caracol a una caracola de verdad, con el sonido del mar de
fondo. Como mi abuela, que se hartó de las borracheras del abuelo, y se llevó a
los hijos cerca de la costa. Todas las
tardes salía con los niños a la puerta a ver ponerse el sol sobre el agua.
Desde el cielo, ahora
sobre mi barrio, veo el quiosco de la plaza, y a mis amigos yendo juntos
hacia el bar, parados y sin rumbo.
Quiero salir a correr, en busca de algo nuevo, con luz,
colores y música, como recuerdo las fiestas de mi pueblo de pequeña. Volaré
hacia el horizonte dejando ir las cosas que conozco y que no valen la pena,
para dejar lugar a todo lo nuevo que he de descubrir.
Me siento bien, así, sin gravedad, con la levedad que me
permite liberarme de pesos, cambiar el punto de vista, abrir puertas y saber que voy hacia la salida.
¡Soy libre, me he liberado de todos mis
miedos!
Es maravilloso, ¡qué sensación!, ahora bajo como un avión,
en picado… ja, ja, ja.
Me acerco rápidamente hacia mi cama, lo tengo ensayado, y me
dejo caer con suavidad.
Soy otra, no hay marcha atrás.
…/…
Ángeles Trouillhet
Madrid. Diciembre 2012.