Este es un cuento para reflexionar sobre el poder de los
besos, sobre la capacidad transformadora del amor.
Ojalá llovieran besos…
EL ARBOL DE LOS BESOS
-No
tengo, no me pidas más, ya te dije que marcharon lejos, a otro lugar.
Decidieron unirse en bandadas, volaron al amanecer, todos juntos; llenaban el
cielo formando figuras imposibles, como los estorninos al emigrar.
Cuentan que
una mañana, en medio de la sabana, se podía ver el árbol más hermoso que jamás
nadie haya imaginado. Tenía todas sus
ramas cubiertas de flores de distintos colores. Pero al acercarse a él, se
comprobaba que no eran flores lo que le cubrían, sino besos.
Muy temprano se los vio llegar, como aleteando, algunos
cansados, casi exhaustos. Escogieron para posarse un “baobab”, el gran árbol
que dominaba la sabana. El baobab se sintió muy halagado, e intentó estirar sus
ramas para que cupieran todos; al final, gracias a su anárquica
organización, encontraron su sitio.
Besos rojos de pasión, blancos de dulzura, rosas, amarillos de
alegría, violetas, verdes de curiosidad, ocres exploradores, también besos naranjas
y muchos azules, del color del mar azul.
Todos desplegaban sus colores y se movían, pues los besos son
juguetones y no pueden parar. El árbol recibía sus cosquillas y era iluminado
por esa luz especial que desprenden los besos cuando entregan amor.
Con el viento se extendió la noticia y bajo el árbol se cobijaban
las madres y sus bebés, a los que caían besos de leche, dulces y suaves;
incluso los amigos buscaban su sombra, para compartir besos de fraternidad;
padres y madres, acompañados de la familia, querían también beneficiarse del poder de los besos, los
recibidos y los entregados; solo tenían que poner amor y les llovían besos de
colores.
Y cómo no, los amantes, estos eran los más asiduos, pues los
besos son los que abren las puertas a la pasión. Eran pacientes y se dejaban
humedecer por besos de todos los tipos y formas, disfrutaban con el juego hasta
que el color de la piel se hacía dorado. En ese momento habían
probado las delicias de la entrega y eran dignos de ascender al plano dónde tú
eres yo.
El rey de aquel lugar, un hombre terco, ignorante, descreído
y egoísta, conocido por su afán de acumular riquezas, tuvo noticias de lo
ocurrido y decidió acercarse a conocer aquél árbol que daba felicidad a su
pueblo. Se sentó bajo la copa y se dispuso a esperar, pero hora tras hora nada
ocurría, y cuando comenzaba a impacientarse se acercó una niña que le advirtió:
- “Tu linaje de rey no te da privilegios bajo este árbol,
necesitas compartir para poder recibir lo que has venido a buscar”.
Este mensaje lo dejó incómodo, pero no pensaba renunciar a
obtener aquel nuevo tesoro, así que convocó a todo el pueblo a la mañana
siguiente bajo el árbol.
La gente que al amanecer se iba acercando no podía creer lo
que veía, el rey rodeado de su pueblo;
fueron llegando todos y se encontró codo con codo con ancianos, niñas, mujeres
y hombres; las ramas se alargaban, hasta tener una copa inmensa y así poder
cubrir a todas las personas reunidas. Entonces fue cuando ocurrió algo
prodigioso.
Verás, comenzaron a caer besos microscópicos y transparentes,
para empapar poco a poco a todos de una alegría poderosa. Gotitas pequeñísimas
de besos rellenos de una dicha que convertía a todo aquel que se mojaba en una
persona feliz. Desaparecía la envidia y los odios, perdieron importancia las
riquezas y el poder, creció el espíritu de dignidad. De hecho el mismo rey dejó
de serlo, se deshizo la corona sobre su cabeza, dejó su manto de jefe en el
suelo, comenzó a sentirse ligero y liberado.
El más viejo vecino comentó:
- “Ya no es él, ya no transmite temor, se puede confundir con
uno de nosotros.
- Empapados todos, comenzamos a entonar una canción que
hablaba del la Paz, decía que la Tierra es la hermana mayor que nos cobija.
Entonces pudimos ver como brotaban colores sobre nuestras cabezas y se formaron
corazones de flores sobre nuestro pecho. Cantaban los niños y niñas, nos
abrazábamos los abuelos, bailaban los amantes y nos agarrábamos todos para
sentir aquella alegría compartida.
Cada hombre allí bajo el árbol de los Besos cambió su
proceder, comenzamos a preocuparnos por nuestras mujeres, expresar nuestros
propios sentimientos, ayudar a nuestros vecinos, participar junto a la familia
en las tareas más rutinarias, la gente joven volvió a escúchanos, a las abuelas
y abuelos del pueblo; y a partir de ese momento fuimos parte del cambio, porque
nuestras pequeñas acciones aunque parecían insignificantes, ya no lo eran, se
sumaron y transformamos la vida de aquel lugar.
La gratitud pasó a ser la moneda de cambio en el mercado,
dónde intercambiamos panes por sandalias, gallinas por centeno, chocolate por
cuentos y canciones.
El tiempo dejó de ser el dueño de nosotros, a partir de ese
día las horas se vaciaron de control y prisas y a cambio se llenaron de
sabiduría y conocimiento.
Desde entonces las estaciones son generosas con nuestro
pueblo, en primavera el agua riega los valles para que todas las semillas florezcan
con los rayos del Sol, las cosechas son abundantes y el invierno cubre de
blanco este mágico lugar. Las noches son limpias y se pueden ver hasta las
estrellas más lejanas.”
Cuentan que en aquel valle, hay un día en el
que se reúnen todos e invocan el espíritu de la humanidad, para implorarle la
vuelta de los besos a toda la Tierra. Para que se extienda por todos los
lugares y así otros pueblos puedan disfrutar de la gran dicha que se siente al recibir
un beso, un beso entregado con amor.
Ángeles Trouillhet
Agosto 2012. El Palmar (Cádiz)