Escuchar, relatar compartiendo. Quédate con nosotras, búscanos entre las nubes...



sábado, 19 de enero de 2013

EL ARBOL DE LOS BESOS



Este es un cuento para reflexionar sobre el poder de los besos, sobre la capacidad transformadora del amor.

Ojalá llovieran besos…

EL ARBOL DE LOS BESOS

-No tengo, no me pidas más, ya te dije que marcharon lejos, a otro lugar. Decidieron unirse en bandadas, volaron al amanecer, todos juntos; llenaban el cielo formando figuras imposibles, como los estorninos al emigrar.

  Cuentan que una mañana, en medio de la sabana, se podía ver el árbol más hermoso que jamás nadie haya imaginado.  Tenía todas sus ramas cubiertas de flores de distintos colores. Pero al acercarse a él, se comprobaba que no eran flores lo que le cubrían, sino besos.

Muy temprano se los vio llegar, como aleteando, algunos cansados, casi exhaustos. Escogieron para posarse un “baobab”, el gran árbol que dominaba la sabana. El baobab se sintió muy halagado, e intentó estirar sus ramas para que cupieran todos; al final, gracias a su anárquica organización,  encontraron su sitio.

Besos rojos de pasión, blancos de dulzura, rosas, amarillos de alegría, violetas, verdes de curiosidad, ocres exploradores, también besos naranjas y muchos azules, del color del mar azul.

Todos desplegaban sus colores y se movían, pues los besos son juguetones y no pueden parar. El árbol recibía sus cosquillas y era iluminado por esa luz especial que desprenden los besos cuando entregan amor.

Con el viento se extendió la noticia y bajo el árbol se cobijaban las madres y sus bebés, a los que caían besos de leche, dulces y suaves; incluso los amigos buscaban su sombra, para compartir besos de fraternidad; padres y madres, acompañados de la familia, querían también  beneficiarse del poder de los besos, los recibidos y los entregados; solo tenían que poner amor y les llovían besos de colores.

Y cómo no, los amantes, estos eran los más asiduos, pues los besos son los que abren las puertas a la pasión. Eran pacientes y se dejaban humedecer por besos de todos los tipos y formas, disfrutaban con el juego hasta que el color de la piel se hacía dorado. En ese momento habían probado las delicias de la entrega y eran dignos de ascender al plano dónde tú eres yo.

El rey de aquel lugar, un hombre terco, ignorante, descreído y egoísta, conocido por su afán de acumular riquezas, tuvo noticias de lo ocurrido y decidió acercarse a conocer aquél árbol que daba felicidad a su pueblo. Se sentó bajo la copa y se dispuso a esperar, pero hora tras hora nada ocurría, y cuando comenzaba a impacientarse se acercó una niña que le advirtió:

- “Tu linaje de rey no te da privilegios bajo este árbol, necesitas compartir para poder recibir lo que has venido a buscar”.

Este mensaje lo dejó incómodo, pero no pensaba renunciar a obtener aquel nuevo tesoro, así que convocó a todo el pueblo a la mañana siguiente bajo el árbol.

La gente que al amanecer se iba acercando no podía creer lo que veía, el rey  rodeado de su pueblo; fueron llegando todos y se encontró codo con codo con ancianos, niñas, mujeres y hombres; las ramas se alargaban, hasta tener una copa inmensa y así poder cubrir a todas las personas reunidas. Entonces fue cuando ocurrió algo prodigioso.

Verás, comenzaron a caer besos microscópicos y transparentes, para empapar poco a poco a todos de una alegría poderosa. Gotitas pequeñísimas de besos rellenos de una dicha que convertía a todo aquel que se mojaba en una persona feliz. Desaparecía la envidia y los odios, perdieron importancia las riquezas y el poder, creció el espíritu de dignidad. De hecho el mismo rey dejó de serlo, se deshizo la corona sobre su cabeza, dejó su manto de jefe en el suelo, comenzó a sentirse ligero y liberado. 

El más viejo vecino comentó: 

- “Ya no es él, ya no transmite temor, se puede confundir con uno de nosotros.

- Empapados todos, comenzamos a entonar una canción que hablaba del la Paz, decía que la Tierra es la hermana mayor que nos cobija. Entonces pudimos ver como brotaban colores sobre nuestras cabezas y se formaron corazones de flores sobre nuestro pecho. Cantaban los niños y niñas, nos abrazábamos los abuelos, bailaban los amantes y nos agarrábamos todos para sentir aquella alegría compartida.
 Cada hombre allí bajo el árbol de los Besos cambió su proceder, comenzamos a preocuparnos por nuestras mujeres, expresar nuestros propios sentimientos, ayudar a nuestros vecinos, participar junto a la familia en las tareas más rutinarias, la gente joven volvió a escúchanos, a las abuelas y abuelos del pueblo; y a partir de ese momento fuimos parte del cambio, porque nuestras pequeñas acciones aunque parecían insignificantes, ya no lo eran, se sumaron y transformamos la vida de aquel lugar.

La gratitud pasó a ser la moneda de cambio en el mercado, dónde intercambiamos panes por sandalias, gallinas por centeno, chocolate por cuentos y canciones.

El tiempo dejó de ser el dueño de nosotros, a partir de ese día las horas se vaciaron de control y prisas y a cambio se llenaron de sabiduría y conocimiento.

Desde entonces las estaciones son generosas con nuestro pueblo, en primavera el agua riega los valles para que todas las semillas florezcan con los rayos del Sol, las cosechas son abundantes y el invierno cubre de blanco este mágico lugar. Las noches son limpias y se pueden ver hasta las estrellas más lejanas.”

 Cuentan que en aquel valle, hay un día en el que se reúnen todos e invocan el espíritu de la humanidad, para implorarle la vuelta de los besos a toda la Tierra. Para que se extienda por todos los lugares y así otros pueblos puedan disfrutar de la gran dicha que se siente al recibir un beso, un beso entregado con amor.

 Ángeles Trouillhet

Agosto 2012. El Palmar (Cádiz)