El hombre, sueco o
finlandés, no hablaba español; eso no hubiera sido un problema, pero acababa de
despedir a mi secretaria y yo no sé idiomas. Qué frustración, ahora que creía tener frente
a mí a una persona dispuesta a quedarse con mi taller. Por señas le hice ver
que tenía mucho interés en que se sentara para hablar de mi anuncio.
“Se vende negocio
rentable, taller de sueños, reparamos
cualquier proyecto por muy utópico que parezca, recolocamos ilusiones y
fabricamos fantasías a medida. No se dé por vencido, luche por los anhelos que
le hacen sentirse vivo”.
Coloqué mi silla frente a
la suya, y mirándolo fijamente le hablé muy despacio para que me entendiera.
-Este es un negocio familiar, siempre me he resistido a
venderlo, sobre todo a empresas que solo buscan beneficios y cierran ventanas, uniformizar los
pensamientos y dirigen el mercado a sueños comprados en cadena. Aquí
reconstruimos las ilusiones rotas.
El hombre seguía mis
palabras como si las comprendiera, tenía una leve sonrisa que me hacía confiar,
por lo que proseguí argumentando.
-Desde niño, siempre quise salir de esta ciudad, comprar
un billete de barco y viajar cruzando el océano hacia el horizonte, donde el
mar y el cielo son del mismo color; ya en aguas tranquilas ir de isla en isla,
retratando anocheceres con mi cámara réflex.
Mientras hablaba, rezaba para que mi sueño desplegara las
velas y rompiera las barreras del lenguaje.
A la mañana siguiente no pude resistir la tentación de
pasar frente al taller, allí estaba él, el hombre sueco o finlandés, barriendo
la entrada. Pude observar que había un nuevo anuncio: “Reparamos tus sueños en cualquier idioma”.
Ángeles Trouillhet
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