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martes, 17 de agosto de 2010

Regresamos de una Isla.


Volviendo de la Isla, me cuesta ubicarme de nuevo en la ciudad. He regresado del silencio, la calma, la marcha dentro de la contemplación. No quiero romper este nuevo equilibrio que me ha dado estar en contacto con la naturaleza, renunciando al estrés, a las prisas. No quiero zambullirme de nuevo en la auto exigencia del tiempo a recuperar, las carreras desesperadas para no llegar.
En Madrid, busco contemplar los atardeceres, a pesar de no tener horizonte, no renuncio al silencio, a la quietud en un rincón del día.
Huyendo del egoísmo y queriendo dejar las puertas abiertas de mi corazón, me propongo crear un nuevo horizonte, el que limita contigo, para lindar con el de ustedes y pared con pared con ellos, y así, acompañar la soledad de todos.
Regreso de una Isla, una pequeña Isla en el Atlántico, que nos regala su magia y nos transforma, donde es posible adentrarse en el corazón de la Tierra, para luego poder volar con su espíritu.
Esa pequeña Isla, se llama La Palma.

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